Fue en tu bello hombro, tu primer tatuaje.
El dibujo de un pequeño corazón.
recuerdo que me dijiste:
te quise grabar en mi piel.
Asentí, con una caricia y un guiño.
No lo niego; me aduló el detalle,
de estar mi memoria, por siempre en ti,
a flor de piel.
Recuerdo que durante nuestro amor,
me excito el grabado y mordí tus labios
y mordí tu hombro, entre roces, locuras,
humedades y besos.
Me sorprendiste esa noche de luna,
al mirar en tu espalda desnuda,
aquel árbol del pecado.
Lo reconozco; grandioso,
con tan bellos matices.
Un dibujo precioso,
recuerdo tu bella voz
que ingenua preguntó:
¿Te gusta mi tattoo?
lo hizo un artista de la polinesia.
Desnudos entramos de lleno al juego;
de mirar y ser mirado,
a nuestro deseo de saber.
Saber ser y saber ver.
Mi perplejidad y enfado
termino, en lujuria, entre las sabanas.
Lo juraste por mi: ¡Ni un tatuaje nuevo,
ni así... ni así, de pequeñito!
Pero tu ansia de rebeldía y transgresión,
de inclusión y pertenencia,
derrumbo mi mundo...
no el tuyo, porque este se transformó
en erotismo atávico y dolor.
Siguió: aquel gato con alas,
nuestras iniciales, el pato
canadiense que amaste en tu niñez,
¡Que distante ese tiempo;
de tu bello cuerpo,
y de tu clara piel,
del rostro del que me enamore!
Grabaste en tu dermis, un mundo externo,
interiorizado en tu piel, proyectado al afuera.
Te hundiste, en el placer, de grabar tu piel,
de la cabeza a los pies.
Me olvidaste y me convertí en fetiche
inserto en tu piel, al que agregaste
piercings en orejas, ombligo y nariz.
Hoy, no te reconozco.
Entre figuras te fui perdiendo.
En mi desesperanza, no sé, quien soy.
Miro hoy tu foto… de adicta a la tinta
y fenómeno de circo.
Hoy, no te reconozco.
Entre figuras te fui perdiendo.
En mi desesperanza, no sé, quien soy.
Miro hoy tu foto… de adicta a la tinta
y fenómeno de circo.
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