sábado, 6 de septiembre de 2014

El moreno Oximoron




Ayer me encontré al jovial portero,
cuando entre al edificio, de la editorial,
al moreno Oximoron.

Quien con su alegre voz me alertó
¡Quihubo jefe! Como lo miré abatido,
pregunté el porqué y me respondió
con una tristeza infinita: ¡Pues verá jefe!

Le daré los pormenores,
de un resumen detallado:
mi amada me tiene un cariño, sin apego.
Es una música callada,
de rumores fidedignos.

Su incomparable belleza es su fealdad,
ella, es un andar solitario entre muchos.
Es de una sencillez soberbia,
de una banalidad profunda.
¡De una deshonestidad, decente!
Coloquialmente: es una crisálida con alas.

De una erudición inculta,
que dialoga conmigo en monólogos.
Su ser es de una monomanía sensata
e insatisfecha, de la complacencia
que mis caricias le brindan.

¿Sabe? Por amarla la odio
y en mi ignorancia soy sabio,
porque al perderme me encontré,
en las penas que me atan
y me desatan de ella.
Pero... mejor me callo
y le digo mi inferencia;
mi infortunio es mi fortuna.

¡Bueno!, usted es ajedrecista
se lo diré en su léxico:
soy un peón pasado
en retroceso, soy un gambito sin cambio,
soy un: ¡Acomodo!, sin tocar.
Una columna abierta, ocupada por mis cuitas.

Hoy mi alegría son mis penas,
por haber sido una combinación sin unión.
Un peón en la octava casilla, sin corona,
por una dama blanca, que no es una Señora.

Lo dejé ahí y a lo lejos, aún sordo, le oí diciendo:

Para mí ella, fue un mate sin jaque,
en la mini calidad, fui un caballo.
Trastocado me quedé, al irme de ella,
porque soy un clásico moderno,
Paranoia justificada... un pinché fiancheto sin flanco.

jueves, 4 de septiembre de 2014




Pintura de Verónica Martínez Quesada



Yo llegue a ti,
proveniente de otros mares,
en tu playa me atreví,
y vi arder a mis naves.

Mi ser zozobró.
en la humedad de tus ojos.

Tocado por tu
piel y tu aroma
casi perezco en tu cuerpo.

Pensaba e ignorante, fanaticé:
¡La tierra es plana!

Por mis desvelos en tus senos,
hoy como Colón razono.

Vuelvo a su rostro



Vuelvo a su rostro, cada otoño,
risueño, dichoso, con taquicardia;
le confío, secretos, sonrisas
y tiernos abrazos.

En esos mimos,
nos entregamos
y retornan a nosotros
recuerdos y brisas.

Con un beso rozo sus labios.
Me pierdo en sus ojos,
y me hiere el olor de su pelo.

Paseamos por parajes
y en una banca, sentados,
damos de comer a las aves.

La cita es de besos tiernos,
y parpados cerrados.
No hablamos de nuestros maridajes.

Miramos las gotas de lluvia, 
ella acaricia los vellos de mi brazo,
mientras sus palabras me envuelven.

¡Con cuanta nostalgia
la humedad de nuestros ojos
se cuentan  sus cosas!

En el ocaso decimos adiós,
un no te olvides de mí
y nos damos un beso.

La miro alejarse.
Regreso a mi hogar,
tan alegre, tan triste.

Caminando por la calles
la lluvia repite su nombre.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Y volví a encontrarte.




Después de un beso, dijimos adiós.
Me marché, el cielo ennegreció
e inicio la lluvia.

Y volví a encontrarte,
te aspire en el aroma que las cosas
despiden al contacto con la lluvia.

Te percibí en las finas gotas, que cubrían los
pétalos de las flores;
 en el roció
que acumulan las hojas,

en los charcos,
en el asfalto,
lustroso y mojado.

En el aroma de la tierra,
de las plantas y del silencio.
En la tranquilidad de la noche,
en el suave viento, en la brizna
que acariciaba mi cara.

Resbalaron juntas lluvia y lágrimas,
tú, dispersa, estabas a mi lado.