martes, 3 de noviembre de 2009

Tu marido psicoanalista te esperaba para cenar.


En la oscuridad del lecho,
en la deslumbrante desnudes de tu cuerpo,
después de mi ternura, de mis caricias
que procuraron tus sensaciones voluptuosas.
Después de las transformaciones de tu cara
por la intensidad de tu orgasmo,
en la tibieza de las sabanas y de tu cuerpo
aun arañando y apretando al mío,
sentenciaste: ¡Sí, no lo sentiste no es mi culpa!
y con prisa te dirigiste al baño.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué bueno!!! me encantó...que bueno el final...ajajjaja!!