sábado, 26 de septiembre de 2020

Alesha.

 




Dejé atrás los sentimientos viejos, anidados en mi mente, al oír su voz preguntado por los objetos que en mi tienda se mostraban. Alesha, Alesha, le nombra su madre, siempre caminando detrás de ella. Convencido que ese era su nombre, lo memoricé después de que las dos salieron. En la noche sin poder dormir mordía su recuerdo, intentando que no se fugaran de mi memoria sus ojos azules, zafiros destellantes, así como su sonrisa. Me recreaba con su imagen en la oscuridad de mi cuarto.

La volví a ver al otro día, entró a la tienda y detrás su madre. Se iluminaron mis ojos, se dirigió a los cosméticos y le enseñó a su madre las uñas postizas, de las que se había prendado en su visita anterior. Ésta le decía dulcemente Alesha, yo tímido me acerque preguntando: si ese era su nombre y las dos rieron. Aún recuerdo el momento y su risa de manantial. ¡No, no! - me aclararon- te equivocas. Alesha significa: te gusta ó lo quieres. Yo también reí y le regale las uñas.

Cambie mi pueblo triste, abandonado, por sus propios habitantes, condenado a la holganza y a la suciedad de sus calles; a sus paredes descarapeladas,  sin pintura, viejas y descuidadas, por la alegría de verla a ella, en los caminos. Siguiendo su silueta, bajo un sol ardiente, conformándome con ver su figura a lo lejos.

¡Alesha, Alesha! la llamaba. Alesha sonreía, sus mejillas se encendían y los destellos de sus ojos al mirarme, me despertaban la juventud dormida. Nunca pensé sí fue sensato lo que hice, fue un impulso, le hice caso a mi intuición. Antes de conocerla mis días eran monótonos, sin ninguna alegría, llenos de rutina y autodestrucción, encerrado en las paredes de mi almacén, atendiendo a los mismos fantasmas de siempre, con mi mismo mutismo; recurriendo a los mismos monosílabos. Por las tardes observaba a las decenas de aves, chillando, anidando en los árboles. Temerosas del ritual de sombras, que se avecinaba.

Fue el destino que me procuró sus ojos, que sonreían siempre, yo únicamente seguí mi instinto, abandoné todo; mi negocio, mi casa, y a mi pueblo. Fue verla y enamorarme, supe que ella sería mi felicidad, fue... verla y tornarme un vagabundo. Me embriagó la irresponsabilidad de ser feliz.

Me llenaba de alborozo distinguir su particular forma de vestir, su porte, sus atuendos largos, escotados, a la usanza antigua. Nos sentábamos en alguna banca, de algún parque, me sostenía la mano entre las suyas. Y yo sentía mi angustia deslizarse por entre mis dedos y perderla, en sus mimos. Rastreando mi palma, me musitaba quimeras, sueños... adivinando.

Me sentía ligada a ella por siempre; porque siempre había esperado lo sucedido, que me despertó de mi letargo, de mi indiferencia, observando por la tardes, al sol morir, sin sentir más que tedio; por otro día más en mi vida.

Me miraba en sus ojos y me perdía, para volver a ser niño recién nacido, ella me camelaba, entretejía mi pelo, después acercaba su voz a mi oído, cucuruqueándomelo, y sentía el escalofrío que me producía la humedad de su lengua; ya sin distinguir sus cuchicheos. Nos decíamos adiós y presurosa partía y me indicaba a donde irían. 

No era por falta de dinero que me rechazaban los padres de Alesha. Su abuela sí me quería  "es un poco calavere" le decía a su nieta refiriéndose a mí y Alesha me lo relataba en nuestros recuentros y sonreíamos  No me importaba el dinero, lo había ganado a pulso, toda una vida de trabajo de sol a sol, ahorrando, sin darme un buen tiempo para comer, haciéndolo en la tienda, de pie, siempre con las interrupciones de los clientes.

Después de un año la besé. Fue su primer beso y mi primer beso, quiero decir; mi primer beso enamorado, seducido por su aura, perdido por su belleza. Tembloroso como un niño con miedo, deslicé mi mejilla por la suya, hasta alcanzar sus labios y me estremecí con la humedad de su boca; después del beso, note el rocío que hacían más claros sus ojos, océanos de mirada sumisa y anhelante, de la que salí siendo bueno como el pan, como ella quería: "Pero si tú eres mas bueno que el pan. Su copla.

Después de la primera negativa, lo intente de nuevo, volví hablar con su padre ¡No, no tengo nada contra usted, se ve que usted es un buen hombre! ¡pero las costumbres, somos tan distintos, nosotros no podemos permitirnos perder a Rocío! -que era su verdadero nombre- ¡ la adoramos!. Yo, insistía en que podían verla, despues de casarnos, cuantas veces quisiera. En este punto siempre, por su enojo, se cortaba la conversación.

Yo me disfrazaba y desde lejos la contemplaba, algunas veces lavando y recogiendo la ropa, otras jugando con los niños del campamento. Fue una situación muy dolorosa, recorriendo caminos, sierras y valles, siete largos meses de espera, de pesadumbre, de consumirme enamorado y de hondas ojeras.

Fue en una playa de Mazatlán, se veían confiados pensando que yo había olvidado mis propósitos. La vi alejarse de ellos y la seguí. Ella me presintió. ¡mi payo! -dijo- y alegre corrió hacia mi, nuestras lenguas jugaron en nuestras bocas, después de tan larga abstinencia. Me dio la noticia: sus padres habían comprometido a Rocío, la casarían en contra de su voluntad.

Eso es todo; ahora me dedico a vender autos, yendo de aquí para allá, a donde quiera el destino, con mi Rocío, con mi Alesha, con mi gitana, de pueblo en pueblo y ella en la noche me lee la mano, haciéndome cosquillas, después con una sonrisa de niña picara me pregunta ¿Alesha? y apagamos la luz de las velas, con un soplo, oyendo los violines del viento, en nuestra tienda de campaña.