En la oscuridad del lecho, en la deslumbrante desnudes de tu cuerpo, después de mi ternura, de mis caricias que procuraron tus sensaciones voluptuosas. Después de las transformaciones de tu cara por la intensidad de tu orgasmo, en la tibieza de las sabanas y de tu cuerpo aun arañando y apretando al mío, sentenciaste: ¡Sí, no lo sentiste no es mi culpa! y con prisa te dirigiste al baño.